Edificado por musulmanes almohades entre los siglos X y XI, el Castillo de la Atalaya es una de las construcciones más importantes del marquesado de Villena. A lo largo de su historia, como eje principal de uno de los territorios feudales más importantes de la Corona de Castilla, la fortaleza villenense ha vivido, como protagonista involuntaria, varios conflictos bélicos, desde las guerras de sucesión castellanas hasta la Guerra de la Independencia de principios del siglo XIX.
Ya en época musulmana, los primeros moradores del castillo iniciaron su construcción, levantando la muralla interior y las dos primeras plantas de la torre del homenaje. Gracias a la técnica del tapial –un rudimentario sistema de encofrado mediante tapias de madera y cuñas que la unían- los almohades consiguieron conferir a los mures de la torre maestra un grosor de casi cuatro metros, lo que convertía esta construcción principal en un elemento casi inexpugnable.
En 1240, y tras varios intentos, las tropas de Jaume I lograron rendir el castillo para el bando cristiano. Pero cuatro años después, y tras la firma del Tratado de Almizra, el fortín villenense pasó a manos castellanas. Concretamente a las posesiones de Don Manuel de Castilla, hermano del rey castellano Alfonso X el Sabio y primer Señor de Villena. Posiblemente él fue el encargado de edificar en los exteriores del originario recinto amurallado la ermita de la Virgen de las Nieves, un pequeño templo litúrgico de 100 metros cuadrados levantado en honor a la primera patrona de la villa.
Tras un periodo de convulsión y tensiones por la disputa de las tierras fronterizas de las coronas de Castilla y Aragón, ya en el siglo XV, don Juan Pacheco se convirtió en el nuevo dueño del castillo de la Atalaya. De su mano vinieron las grandes reformas defensivas que, al igual que en Sax, fueron símbolo de dominio y opulencia de la familia Pacheco en la zona. Una de las más destacadas es la construcción de un antemural, cuyo único cometido era proteger la muralla que albergaba el patio de armas y la torre maestra. Además, los torreones cuadrados de la muralla interior se redondearon, con el objetivo de evitar que los bordes esquinados fuesen un flanco débil ante los novedosos artefactos de pólvora que comenzaron a utilizarse en el ataque a construcciones feudales.
Pero don Juan Pacheco no sólo cuidó de los aspectos defensivos del castillo de la Atalaya. El marqués de Villena quería hacer notar la riqueza y poder de su linaje y decidió añadir dos plantas más a la torre del homenaje. En esta ocasión, se utilizó la técnica de la mampostería y se añadió a cada cara de la torre el escudo de la familia Pacheco.
A pesar de todas las mejoras defensivas y de todos los intentos del marqués por dotar a la torre maestra del simbolismo hacia su persona, su apoyo a Juana de Trastámara en la Guerra de Sucesión de la Corona de Castilla provocó que su propio pueblo se sublevara contra él, alentado por Isabel de Castilla, y que perdiese el control sobre todas sus tierras y las construcciones que en ellas se alzaban.
La conquista cristiana y la guerra sucesoria castellana no han sido las únicas disputas en las que se ha visto inmerso el castillo de Villena. La Guerra de Sucesión española también dejó su impronta en la historia de este edificio, sobre todo en las marcas de artillería que se pueden observar tanto en la muralla interior como en la torre del homenaje. Más de 25.000 efectivos de las tropas austracistas asediaron la construcción villenense, en la que resistieron 150 soldados borbónicos desde el 19 hasta el 23 de abril de 1707, cuando los partidarios del Archiduque Carlos se retiraron a Almansa.
Pero la contienda que más daños provocó en este fortín fue la Guerra de la Independencia a principios del siglo XIX. A pesar de que Villena no fue una zona de elevadas tensiones, las tropas de Napoleón utilizaron el castillo como almacén de armas y polvorín. Ya en la retirada, los soldados franceses que quedaban en la fortaleza decidieron incendiar el cargamento de pólvora situado en la primera planta de la torre del homenaje. Al explotar la pólvora, el techo de esta planta se desplomó sobre el suelo, lo que provocó que el techado de la planta baja también cediera, ante el peso de los cascotes. El derrumbe hizo que la cúpula almohade original, sustentada en ocho arcos entrecruzados, se perdiese y hubiese que reconstruirla en los años 70 del siglo XX.
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