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jueves, 1 de noviembre de 2012

La otra cara de Altea

Es uno de los municipios más conocidos de la Marina Baixa. Su reclamo turístico es indiscutible y sus calles son pura expresión de buen gusto artístico. Pocos conocen el pasado de este pueblo, cuyo centro ahora se ubica en la costa y antiguamente se situaba a los pies de la sierra de Bèrnia. Es Altea la Vella, donde viven hoy unos 800 habitantes que disfrutan de aceras empedradas, edificios blancos y calles llenas de poesía, culminadas con paisajes inigualables.


Altea la Vella es una de las mayores expresiones artísticas y paisajísticas de las comarcas de las marinas. Conocida por sus calles y sus paisajes, recibe un gran número de visitas turísticas a lo largo del año. Estas visitas no tienen sólo un motivo cultural. Las rutas senderistas situadas al lado de esta zona, así como los campos y la fortaleza situada en lo alto de la sierra de Bèrnia, hacen de este un lugar completo que atrae visitantes de diversa índole. Altea la Vella es el verdadero pueblo de Altea hasta los siglos XVI y XVII, cuando la zona costera del municipio comenzó a construirse y a consolidarse.

La historia de esta zona se remonta a tres milenios atrás. Las primeras referencias históricas que se han encontrado en este lugar datan del año 1.000 a. C. Restos de la civilización íbera y romana son las pruebas que han demostrado la existencia de habitantes desde hace tantos siglos. Enterramientos con ánforas y estelas funerarias han sido algunos de los ejemplos. La riqueza hidrológica de la sierra de Bèrnia ha facilitado el asentamiento de gente a lo largo de la historia. Los diversos manantiales que de ella emergen han propiciado pequeños núcleos de población permanente desde épocas muy antiguas.

Documentalmente, la primera referencia escrita que encontramos sobre Altea la Vella es de hace ya ocho siglos. Se trata de un escrito relacionado con la conquista cristiana, protagonizada por Jaume I. Escrito en catalán, data del año 1245 y refleja el complicado proceso de reparto del territorio.

La presencia musulmana en este territorio provocó que Jaume I se viera obligado a conceder Altea al caudillo musulmán Al-Azraq mediante el Pacte del Pouet. La conquista cristiana avanza hacia otros lugares y la zona de Altea se posiciona en pie de guerra hasta 1258, cuando Al-Azraq se rinde definitivamente. Jaume I le entrega a Al-Azraq las zonas de lo que actualmente son los municipios de Altea, Polop y Xaló con el objetivo de calmar tensiones. Tras esta rendición y posterior concesión, los tres pueblos quedan bajo dominio de la Corona de Aragón pero administrados por familiares de Al-Azraq, funcionando como regiones independientes. Años después, los herederos del caudillo musulmán venden los tres pueblos y los musulmanes se revelan. Se producen así las revueltas mudéjares entre 1275 y 1279. El resultado es que entre Altea y Cocentaina queda un pequeño reducto destinado exclusivamente a la población musulmana, con sus leyes, formas y autoridades, quedando así hasta cuatro siglos después con la expulsión definitiva de ésta.

Varias aplicaciones de cartas poblacionales resultaron ser un fracaso debido a la situación fronteriza de la zona, a la mayoría musulmana en el interior y a la cercanía respecto a la costa, que facilitaba los ataques piratas. Desde 1335 Altea formó parte del Condado de Dénia, cuyo primer señor fue el Infante Pere de Ribagorsa, tío del Rey de Aragón, Pere el Cerimoniós.





Ya en el siglo XVI, Altea la Vella comienza a experimentar una elevada despoblación. En 1560, documentos del ingeniero italiano Giovanni Battista Antonelli hacen referencia a una fortaleza de estilo renacentista sobre la sierra de Bèrnia, construida por él mismo, que aún hoy permanece en un estado aceptable pese a su difícil acceso y la dejadez de las instituciones. Cuando Antonelli pasa por Altea se refiere a ella como “Altea la vella destructa”, algo que prueba su abandono. Poco después la zona se restablece y poco a poco vuelve a ser poblada hasta su repoblación definitiva en el siglo XVII, misma época en la que Altea la Nova comienza a consolidarse como centro del pueblo. El 11 de enero de 1617 se firma una nueva carta poblacional cuyo titular es Jaume de Palafox, Marqués de Ariza y poseedor de las baronías de Altea, Benissa, Calp y Teulada. De ahí en adelante, Altea la Vella pasa a ser la otra cara del pueblo, tal y como la conocemos hoy.
También conocida como ‘el Poblet de les Cases’, sus calles pueden describirse como ligeras cuestas que conducen a una parroquia blanca inmaculada, al igual que el resto de domicilios que forman un conjunto inmejorable. Casas inspiradas en el estilo barroco, construidas a finales del siglo XIX, hacen de este sitio un lugar digno de ser visitado y conocido. Destaca su paisaje marítimo, precedido por extensas partidas rurales mucho más verdes de lo que podemos observar en territorios cercanos, gracias a la riqueza hidráulica de la que siempre ha gozado esta zona. Otras zonas rurales preceden también el camino hacia la sierra de Bèrnia. Calles, casas, balcones, hectáreas de huertos frutales y vistas que no tienen desperdicio.

Actualmente, Altea la Vella cuenta con unos 800 habitantes. Todos nativos de Altea, también se han de tener en cuenta las urbanizaciones construidas alrededor de la zona, pobladas en su mayor parte por extranjeros. La vida cotidiana de este pequeño regalo paisajístico es la realidad de cualquier pueblo pequeño: un núcleo poblacional estable que cuenta con colegio público, extensión administrativa del Ayuntamiento, consultorio médico, extensión de la biblioteca pública municipal, comercios, bares, banda musical propia, zona deportiva, correos, cementerio y parroquia. El elemento más diferenciador de Altea la Vella respecto al resto de pueblos es su parroquia, que existe desde mediados del siglo pasado. Cuenta con su propia regidora, que cumple las funciones de alcaldesa de esa pequeña extensión municipal diferenciada por su pasado y su riqueza cultural y ecológica.






La ruta senderista situada junto a la zona antigua de Altea da toda la vuelta a la sierra de Bèrnia. Es una ruta que llega a la fortaleza construida por Antonelli bajo las órdenes de Felipe II. En esta reconstrucción coinciden cuatro municipios colindantes: Callosa d’en Sarriá, Xaló, Benissa y altea. En este punto común se encuentra el fuerte, un castillo almohade y microrreservas de flora. Además, en los días completamente despejados, se puede contemplar desde la sierra el relieve de la isla de Ibiza.

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